En el jazz hay músicos talentosos, músicos notables y músicos brillantes. Luego, más arriba, se encuentra el señor Thelonious Sphere Monk.
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"...desde el fondo, un oso con un birrete entre turco y solideo se encamina hacia el piano poniendo un pie delante de otro con un cuidado que hace pensar en minas abandonadas.
(...) Cuando Thelonious se sienta al piano toda la sala se sienta con él y produce un murmullo colectivo del tamaño exacto del alivio, porque el recorrido tangencial de Thelonious por el escenario tiene algo de riesgoso cabotaje fenicio..."
(Julio Cortázar)
De todos los adjetivos que se le podrían adjudicar, el que mejor le quede probablemente sea enigmático. No solo por su personalidad introvertida, excéntrica y ensimismada, sino también por los intensos laberintos mentales que tuvo que sortear a lo largo de su vida.
Con un origen casi autodidacta, creció en New York bajo la influencia de los cracks del stride de la época, Willie “The Lion” Smith y James P. Johnson, que eran probablemente los únicos referentes con los que Monk silenciosamente disfrutaba ser comparado. Comenzó haciendo changas, tocando el órgano en la iglesia bautista a la que iba su mamá y en alguna que otra fiesta, hasta que un pastor evangélico lo invita a girar por el mundo tocando con él. Esa experiencia le abriría la mente, y luego de un par de años, volvió a Harlem para armar su primer cuarteto y seguir buscando su lugar en la escena.
Una noche es descubierto por el baterista Kenny Clarke, quien en ese entonces era el director de la banda del Minton’s Playhouse, un legendario bar de Harlem —que por cierto existe hasta hoy— donde se juntaban músicos de jazz de distintas corrientes para zapar. En ese escenario coincidían tipos de la talla de Dizzy Gillespie, Miles Davis y Charlie Parker, por nombrar algunos. Ya te digo, unos perdidos de la vida (?). De ese ciclo de improvisaciones y experimentaciones donde se encontraban todo tipo de estilos, es de donde nace lo que tiempo después se denominó Bebop, donde Gillespie, Parker y él eran los referentes. Básicamente, un jazz con tempos muy rápidos e intensos, con largos y exóticos solos, un estilo que lleva el espectro armónico del género hasta el límite.
Pero se veía que Monk era un tipo distinto. A diferencia de sus colegas, no era un showman. Además de su casi patológica personalidad retraída, tenía un estilo muy personal, fácilmente reconocible, del que nunca se despegó. Tenía una manera de tocar única, un dominio de las estructuras armónicas fuera de lo común, lo que lo hacía musicalmente impredecible, jugando con la mente no sólo del público sino también de los músicos que tocaban con él. En vez de subirse a la ola, prefirió siempre seguir con la suya. La complejidad de su arte y lo avanzado que estaba en relación a los demás descolocaba a todos los críticos de la época, lo que hizo que durante varios años se mantenga en un papel casi irrelevante dentro de la escena. Grabó discos —discazos— para productoras como Blue Note y Prestige sin demasiado éxito comercial es cierto, pero dejándonos joyitas históricas como Blue Monk.
Blue Monk es una de las canciones más versionadas en la historia del jazz.
El reconocimiento le llega recién al ser contratado como músico residente en el Five Spot Café, un bar del under neoyorquino que luego se volvió la meca de la escena artística vanguardista de la ciudad. En el cuarteto del Five coincidió con un saxofonista que venía llamando la atención, un tal John Coltrane. Ya se imaginarán lo que habrá sido ir a tomar un par de cervezas a ese lugar, mientras escuchabas a estos manes improvisar. De estas sesiones nace el disco que lo lanzó al estrellato: Thelonious Monk with John Coltrane (1961), editado por Riverside Records (que más adelante se transformó en Columbia). El mundo del jazz por fin otorgaba a Thelonious Monk el status de maestro e ídolo.
En los años ‘60, Monk ya era considerado como una estrella del jazz. Para esos tiempos, la improvisación se hacía de adeptos en el ambiente, y él era uno de los íconos de este estilo. Los pibes empezaban a vestirse como él. Hasta comienzos de la década del ‘70 se pasó de gira en gira, grabando varios discos que hoy son obras maestras del jazz, como Monk’s Dream (1963) y tocando en grandes teatros y bares de Estados Unidos y Europa. Pero, a medida que su fama aumentaba, también sus problemas mentales fueron haciéndose más fuertes, hasta el punto de prácticamente dejar de hablar. Es por eso que en 1973, de un día para el otro, desapareció del mundo de la música.
Para suerte de un deteriorado Monk, tuvo siempre el apoyo incondicional de una gran amiga: la baronesa británica Pannonica de Koenigswarter, “Nica”, una de las herederas de la multimillonaria familia Rothschild. Considerada el ángel del jazz, Nica había preferido dejar atrás todos los lujos y la careteada de la clase alta para dedicar su vida a apoyar económica y moralmente a músicos de jazz estadounidenses, en su mayoría pobres y enfermos. El aguante que les hizo Nica la transformó en fuente de inspiración de canciones y discos, como Pannonica (1968) de Chick Corea, o Pannonica (1958) del mismo Monk.
En 1977 Nica ubicó a Thelonious Monk en una tranquila casa de New Jersey, donde vivió bajo los cuidados suyos y de su esposa. El monje del jazz pasó sus últimos años encerrado en su cuarto, con una ventana que daba a la ciudad de New York como única forma de contacto con el exterior. Se levantaba para vestirse —como siempre: traje, saco, zapatos y un kufi— y volvía a acostarse, rodeado de sus gatos, con la mirada perdida hacia el techo durante horas. Se había vuelto reticente a recibir gente, y según dicen, tampoco volvió a tocar el piano. El 17 de febrero de 1982, mientras se reía a carcajadas de un programa de humor que solía ver por televisión, su corazón se detuvo.
Para cerrar, le damos la palabra a Julio Cortázar, gran admirador del monje del jazz: […] desde el fondo, un oso con un birrete entre turco y solideo se encamina hacia el piano poniendo un pie delante de otro con un cuidado que hace pensar en minas abandonadas o en esos cultivos de flores de los déspotas sasánidas en que cada flor hollada era una lenta muerte de jardinero. Cuando Thelonious se sienta al piano toda la sala se sienta con él y produce un murmullo colectivo del tamaño exacto del alivio, porque el recorrido tangencial de Thelonious por el escenario tiene algo de riesgoso cabotaje fenicio con probables varamientos en las sirtes, y cuando la nave de oscura miel y barbado capitán llega a puerto, la recibe el muelle masónico del Victoria May con un suspiro como de alas apaciguadas, de tajamares cumplidos […].
Fuente: Marcelo Márquez (Montecarlo FM)