Esta historia se forja a través del dolor que contiene el exilio, situación radical que conduce a la persona que sufre la condición a deambular por culturas y costumbres lejanas, llevando la esperanza de volver a pisar tierra propia. Profundas historias de exilios, desarraigos y lejanías abren abanicos históricos de sucesos y crónicas, de anécdotas y pesares, pero este devenir en particular, condujo desde uno de los caminos más honestos como lo refiere el musical, a la confraternidad más severa, al ritmo de la emoción, al aquel “darse cuenta” tan excluido en los tiempos modernos a transitar.
Un relato basado pura y exclusivamente en aquello que será leído, la etimología misma de la palabra “Leyenda”. Y dos de ellas constituyen aquel carácter dentro de una periferia mundial siempre desgastada producto de la impiedad, el ego salvaje y los intereses económicos generados por los patriarcas del poder mundial.
Un músico argentino, de tierra adentro, que eliminaba las hilachas de la injusticia dentro de su bagaje de canciones y sonidos, sufrió el destierro en el año 1949 debido a su condición pública de definirse como comunista.
Aquel serio y austero guitarrista, llamado Héctor Roberto Chavero, de Pergamino, con nombre artístico tomado de la lengua quechua y definido como Atahualpa Yupanqui (el que viene de lejanas tierras a contar), tal vez jamás imagino que en aquel periplo a transcurrir por Europa, lograría contar historias de su tierra en latitudes lejanas, haciendo referencia exacta a su apodo.
El hombre, guitarrero y cantor, deambuló conociendo el modo de vivir de la gente detrás de la cortina de hierro y en su viaje recaló en la ciudad de las luces, la cosmopolita París, pero deseaba profundamente regresar a su tierra, sobremanera extrañaba sus montes, sus sierras y la misteriosa Pampa.
En tierras francesas, ofreció pequeñas actuaciones para el ambiente del proletariado. El músico vivía en la casa de Paul Eluard, poeta y artista que una tarde le pidió no concretar ningún compromiso para el día venidero, puesto que un grupo de personas interesantes concurrirían a cenar, ofreciéndole poder tocar y mostrar su arte. Atahualpa se encontraba sin trabajo y actividad y accedió al pedido. Al llegar el momento un grupo de personas con suma algarabía se hacen presentes en el hogar de Eluard y entre ellas se destacaba una diminuta mujer muy movediza y sonriente. Se la conocía como “El gorrión de París”. Cantante de relevancia y actríz. Era nada más ni nada menos que Edith Piaf. La artista observó toda la performance del guitarrista argentino con suma atención y emoción. Al finalizar se acercó al músico y con profunda humildad se presentó y le preguntó acerca de los lugares donde estaba tocando. Don Ata le respondió que no hacía presentaciones, que se volvería pronto a su patria. De modo abrupto la cantante lo interrumpió y le expresó: “No…París tiene que escucharte” – “Algún día señora, algún día” le respondió Atahualpa con suma discreción… - “No… lo tienen que escuchar y yo arreglaré que así suceda” – manifiestó la pequeña gigante dama de la voz.
Y contrató el teatro Athenée para cuatro conciertos. Abarrotó las calles parisinas de afiches que resultó una extraña publicidad porque la gente no conocía al guitarrista. Los carteles decían: “Édith Piaf, teatro Athenée, 6 de julio, cantará para usted y para Atahualpa Yupanqui”. Ese era el programa y la gente preguntaba: ‘¿Quién es este Atahualpa Yupanqui?’. Nadie, pero absolutamente nadie tenía registro del pergaminense.
El teatro se encontraba colmado y cuentan las crónicas algo muy particular: en aquella mágica noche, las palabras que eligió la cantante para introducir a Yupanqui al público fueron las siguientes: “Les presento a Atahualpa Yupanqui, un músico de mucho talento, a quien dejo cerrar el espectáculo. Quiero que lo escuchen como lo merece”.
El folclorista de barro y sendero, no teloneó a Edith Piaf, ni subió al escenario para interpretar una o dos canciones con la eximia voz de Paris.
Cerró el espectáculo como número fuerte.
Una singularidad de Yupanqui es la de haber tenido que salir de su país luego de finalizar su exilio para efectuar presentaciones y poder contar así con el sustento para vivir, ajustándose exacta y precisamente a ser referente de un antiguo axioma: “Nadie es profeta en su tierra”. Su música y sus consignas no eran del interés de su propia gente.
Escribió mas de 1200 canciones retratando y reflejando las alegrías y las tristezas del marginado, el dolor de la tierra misma ante el fatídico desempeño del ser humano, mostró como nadie la siempre explícita diferencia social que nos separa y nos divide.
El paradigma de la voz profunda de la tierra volvió a la misma desencarnando en 1992, paradójicamente en Francia, aquel lugar que reconoció, disfrutó y vivió su música, estilo y trascendencia de la mano de la máxima cantante europea.
Como un arriero latino intentó acercar nuestra cultura desde sus más simbólicos versos que nos pintaban de cuerpo entero dentro de una acuarela de dimes y diretes conspicuos e irresueltos.
Las penas continúan siendo de nosotros y el ganado, ajeno.
Como cantante errante con la brújula orientada en su modo, Atahualpa continúa siendo uno de los máximos referentes de nuestra profunda cultura. Fue peregrino de un sueño que nos integraba a todos y aun aguardamos que baje del cerro para sentir en plenitud la raíz más interna que es aquella que nos define en el destino de siempre. Piedra y camino.