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El gran temor ancestral a no lograr sobrevivir, a que solo sobrevivan los más fuertes, nos hace tratar de sentirnos más poderosos que los demás, y entramos en luchas que nos asegurarán ficticiamente un lugar en el mundo; como los animales o como los humanos primitivos. Esta lucha instintiva y básica por la supervivencia, en el actual punto evolutivo de la humanidad, ya debería estar subordinada a la mente y al corazón (sentimiento del amor)

Una de las búsquedas de las personas es la individualidad, el reconocerse como diferentes de otros y por lo tanto, ser reconocido por los demás y aceptado como tal. Pero no solo en esto queda la búsqueda sino que, además, erróneamente intenta destacarse como una posibilidad de reconocimiento aún mayor.


Relacionándolo con el amor, cree que obteniendo más miradas se obtiene más amor. Recordamos que el amor es la fuerza vital que permite la supervivencia psíquica; por lo tanto, se lo sepa o no, en el fondo siempre se busca amor. Aunque la conducta parezca sumamente alejada de este intento.
Así como en el recorrido evolutivo el ser humano y las diferentes especies animales han tenido que luchar por la supervivencia física, este vestigio atávico queda inscripto en la conducta y se lucha no solo por la supervivencia física sino que se traslada esta actitud a diversas esferas del ámbito psíquico. Se relacionaría con un aspecto inseguro; algo así como creer que “solo puedo existir si vos no existís. El hecho de que vos estés con vida, pone en peligro la mía. Tengo que demostrar que soy más fuerte”. (Se ve en la filogenia y se repite en la ontogenia y en algunos casos perduran a lo largo de toda la vida ciertos rasgos de inmadurez emocional).


De ahí que la competencia, la lucha, la batalla y hasta la guerra han sido, y aún son en algunos casos, considerados valores, cuestiones de honor, etc.
Por eso una de las búsquedas incansables es la del poder, la lucha por éste es inagotable a lo largo de la historia.

Pero ¿qué es el poder?


Por ahora, como vestigio atávico, se lo busca en la derrota del adversario, en “ser más”, en la dominación, etc. Esto responde a una conducta instintiva del cerebro antiguo. Abierta o secretamente, en forma consciente o inconsciente, muchos de los vínculos, ya sea del orden macro o micro social, se ven influidos por esta suerte de pensamiento temeroso que deriva en una constante lucha de poder. Erróneamente creemos que debemos defender aquello que consideramos nos pertenece o nos identifica (ya sea los bienes materiales, los afectos, los hijos, las ideologías, las religiones) porque de esta forma nos reafirmamos a nosotros mismos, asegurándonos un supuesto valor, un lugar en el mundo (como animales defendiendo su territorio). Y hasta podemos llegar a tener la ilusión de la inmortalidad. Parecería que se quisiera engañar a la finitud a través de las “conquistas” logradas; es como si dijéramos “Yo existo”. Pero ¿a qué precio?, a costa de los demás y de uno mismo, en última instancia.


Intentando demostrarnos que somos importantes caemos en búsquedas erróneas de poder. Es una manera de “asegurarse aparentemente” el reconocimiento y la valoración. La lucha por el poder tendría como objetivo quedarse con la energía vital del otro; sea persona, país, etc. Así, en las conductas que derivan de lo ancestral, instintivas e inconscientes, o en derivaciones patológicas de la personalidad, se intenta conseguir la propia valoración a través de competir y ganarle a otros, a través de la lucha y/o del sometimiento.


Sin embargo, el contacto con el amor verdadero es, por sí mismo, una fuente de poder; pero el poder de ser uno mismo sin necesidad de absorber energía de otros.


Porque al hablar de poder, nos preguntamos: ¿poder qué?

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El único poder es el encuentro con el propio Ser que, en definitiva, es conexión con nuestra propia esencia pura de amor.


De esta manera el que no ha podido encontrarse a sí mismo y encontrar su verdadero ser esencial, intenta que la mirada de los otros le aseguren a él lo que no puede hallar. Busca el amor afuera, pero por vías equivocadas. Actúa desde las carencias y desde su propia inseguridad. Es decir, intenta afirmarse ejerciendo poder sobre otros. Y acá vemos cómo el ancestro todavía incide, ya que el reconocimiento en la evolución y la certeza de perpetuarse se observa, por ejemplo, en el macho alfa, que todavía lucha por las hembras y por el liderazgo de la manada; o en hembras que compiten por el macho que les asegure una buena cría.


Esta clase de poder aseguraba la supervivencia, pero es momento de empezar a tomar conciencia de las propias capacidades y limitaciones, y a buscar el poder ser en uno mismo. La lucha solo por la supervivencia ya no alcanza.

Liliana Crivelli. Yanina Piccinni. El amor como forma de vida.

Páginas 83 a 87. Buenos Aires (2015)

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