El mundo actual, su prisa y su inmediatez, nos han acostumbrado a un ritmo distorsionado, acelerado. Pero el arte funciona en un plano distinto, con sus propios tiempos y, como un jardín, requiere paciencia y un jardinero a su cargo. Por ello, la reflexión del pintor, escultor, grabador y ceramista español Joan Miró, es especialmente valiosa hoy en día, es un elocuente recordatorio de que casi todo lo que es valioso en este mundo toma tiempo en existir
Los cuadros y esculturas de Joan Miró destilan una especie de quietud, de serenidad. Es curioso que dicha cualidad fue un contrapunto de los sentimientos de angustia que el artista experimentaba al momento de hacerlos, y que lo acompañaron siempre durante su proceso creativo. Él supo que la quietud (hermana de la paciencia) que vive en sus piezas también debía permear su proceso de creación, al que alguna vez se refirió como un jardín del que él mismo era el jardinero.
A finales de noviembre de 1958, la crítica y artista Yvon Taillandier sostuvo una conversación con un Miró de 65 años. Durante este encuentro, el barcelonés habló de sus procesos creativos y su filosofía del arte, lo que resultó en una especie de manifiesto, un libro titulado Je travaille comme un jardinier / I work like a gardener (1964), una edición bilingüe de la que sólo se imprimieron 75 copias —una de las más claras ventanas al pensamiento del artista.
En la entrevista con Taillandier, Miró se describe como un hombre taciturno, tendiente a la tristeza y a lo trágico. También habla sobre la tensión espiritual necesaria para crear, que de acuerdo al pintor y escultor no debe nacer de ninguna clase de sustancia química, como el alcohol o las drogas, sino de elementos que alimentan el alma del artista, como la arquitectura —la de Gaudí era su preferida—, la música o solamente un simple paseo por la ciudad: las atmósferas urbanas fueron una de sus varias fuentes de inspiración.
El pensamiento de Miró tendió a dotar de una cualidad humana a los objetos inanimados:
"Para mí, un objeto está vivo; este cigarro, esta caja de cerillos, contienen una vida secreta mucho más intensa que la de algunos humanos. Veo un árbol y me conmociono, como si se tratara de algo que respira y habla. Un árbol es también algo humano." (J. Miró)
Perro ladrando a la luna (1926)
Esta noción es muy evidente en su obra, donde existen elementos que, aunque a primera vista podrían sentirse inanimados, están llenos de una extraña y conmovedora vida.
Una de las cualidades que Miró siempre consideró central en su filosofía artística fue la quietud, aquella que, al final, desencadena el movimiento interior.
"Me sorprende (la quietud). Esta botella, este vaso o una gran piedra en medio de una playa —son cosas inanimadas que provocan grandes movimientos en mi mente… Un grupo de personas que van a la playa a nadar y se mueven me tocan mucho menos que [la quietud] de una piedra. (Los objetos sin movimiento se vuelven grandiosos, mucho más grandiosos que aquellos que se mueven.) [La quietud] me hace pensar en los grandes espacios donde los movimientos suceden, movimientos que no se detienen en algún punto, movimientos que no tienen fin. Es, como Kant dijo, la irrupción inmediata de lo infinito en lo finito." (J. Miró)
La paradoja es clara y radiante: para Miró el secreto de su arte nacía de una especie de movimiento quieto.
Bleu II (1961)
De forma igualmente contradictoria, su proceso creativo implicaba momentos de angustia cuando una pieza no lo satisfacía, una sensación de asfixia, de shock, que lo obligaba a trabajar la obra hasta que ésta le resultara terminada; él trabajaba hasta que esa angustia desaparecía. Esto implicó que un trabajo sin terminar podía pasar años en su estudio… y a él le parecía bien. Esas obras inconclusas eran plantas que crecían a su propio ritmo, dentro del jardín, que era su estudio:
"Considero mi estudio una cocina-jardín. Aquí crecen alcachofas. Allá, papas. Las hojas deben ser retiradas para que los frutos crezcan. En el momento preciso, debo podar.
Trabajo como un jardinero… Las cosas llegan lentamente… las cosas siguen su curso natural. Crecen, maduran. Yo debo trasplantar. Yo debo regar… El proceso de maduración continúa en mi cabeza. Así que siempre estoy trabajando en muchas cosas al mismo tiempo."
El mundo actual, su prisa y su inmediatez, nos han acostumbrado a un ritmo distorsionado, acelerado. Pero el arte funciona en un plano distinto, con sus propios tiempos y, como un jardín, requiere paciencia y un jardinero a su cargo. Por ello, la reflexión de Miró es especialmente valiosa hoy en día, es un elocuente recordatorio de que casi todo lo que es valioso en este mundo toma tiempo en existir.
Cultura inquieta