Nacido en Pinsk (actualmente Bielorrusia), el polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007), fue una de las figuras intelectuales más originales y complejas del panorama internacional. Autor de memorables obras de historia contemporánea, a caballo entre el reportaje periodístico y la gran literatura
“ (…). Kapuscinski se ha convertido en una figura de culto gracias a El Imperio. Un libro escrito 'arriesgándolo todo. Sin saber, hasta el final, si acabaría consiguiéndolo'. Tres años de trabajo ininterrumpido –dos de ellos, 1990 y 1991, exactamente en vísperas del golpe de Estado que impondría la 'peligrosa' hegemonía de Boris Yeltsin- que pasó explorando el vasto y contradictorio territorio soviético; evitando con cuidado los obstáculos de los encuentros institucionales, de las versiones oficiales y de las voces de palacio; privilegiando en todas las ocasiones los contactos directos, las charlas informales con la gente corriente o con los responsables directos de zonas tan remotas del por entonces 'imperio' soviético que no aparecían siquiera en el atlas de la visibilidad y de la toma de decisiones políticas. Kapuscinski, que habla perfectamente la lengua rusa, consigue 'desaparecer entre la gente', ser tomado en todas partes como alguien del lugar.
Es importante, para comprender la naturaleza de sus libros y el secreto de su profunda, inteligente y humanísima capacidad de penetrar en los nudos de la más compleja actualidad política, recordar que es ésta precisamente la clave de su método de trabajo y de su condición de escritor. La regla número uno parece ser la de saber mimetizarse, de renunciar a los discutibles y narcisistas beneficios de la hipervisibilidad a favor de las bastante más útiles ventajas del anonimato. 'He viajado muchísimo sirviéndome de toda clase de medios de transporte disponibles. Si me hubieran reconocido como extranjero, como diferente, es posible que la gente me hubiera dirigido la palabra, pero sin duda no se habría lanzado con la misma libertad a hacer comentarios y observaciones sinceras', afirma Kapusinski. Hasta el aspecto, parece desprenderse, cuenta. Si se está demasiado connotado, si los signos de reconocimiento social –ropa, conducta- son demasiado identificables, es posible acabar siendo excluido del contacto con la gente corriente y con las informaciones de primera mano, para acabar convertido en asistente obsesivo y cada vez más desorientado a conferencias de prensa cuya función es la de hacer de caja de resonancia a los regímenes. 'Cuando se llega como enviado o corresponsal a un país en el que hay una guerra o una revolución', quien desde 1956 hasta hoy parece no haber hecho otra cosa, 'el problema de las fuentes de información y el de cómo orientarse es enorme.' (…) La de Kapuscinski, por lo tanto, es una historia construida desde abajo, atenta a las pequeñas cosas, a los detalles, a los humores. Nunca burocrática, unilateral, embalsamada, nunca de tesis. Fruto al mismo tiempo, de la observación y de la intuición. Historia/relato centrada en los contenidos, pero también en la técnica narrativa, en el acto de escritura en sí mismo.
En El Emperador, por ejemplo –y en este punto insiste el escritor con particular énfasis- 'el relato es un auténtico tejido de voces. Cada personaje tiene un estilo particular y, sobre todo en la última parte del relato, la lengua se hace ampulosa, pomposa, arcaizante, intencionalmente literaria. Me pregunto si en la traducción se habrán conservado estos registros. Sería una lástima que se hubieran perdido, porque a este tipo de escritura llegué por razones estrictamente funcionales, para darle una apariencia lingüística adecuada a una experiencia cortesana cuyos rasgos eran de una arcaísmo surrealista, después de un largo trabajo de documentación en textos literarios polacos del siglo XVII. En este libro mío, buena parte de la reconstrucción histórica pasa, en efecto, por la invención lingüística'. O bien, en el caso de El Imperio, 'el desafío no era solo entender qué estaba pasando en aquel archipiélago desconocido que era la Unión de las Repúblicas Socialistas en decadencia, sino cómo contarlo, qué debía incluir en el libro y qué debía desechar. De qué manera, por ejemplo, explicar cómo había llegado a ciertas zonas que, legalmente, eran inaccesibles por completo, gracias a la ayuda de quién, a través de qué peripecias y con qué riesgo no solo personal, sin perjudicar la seguridad de quien me había ayudado a llegar a ver con mis propios ojos realidades completamente borradas de los mapas historiográficos.”
DOS EXTRACTOS
1)
“Enfrente del hotel en que me alojo echan abajo el casco antiguo de Ereván. Derriban las viejas casas sombreadas, los miradores, los jardines colgantes, los parterres y cabellones, los minúsculos arroyos y saltos de agua, los aleros cubiertos de alfombras de flores, las vallas envueltas en espesas parras, derrumban las escaleras de madera, destruyen los bancos colocados junto a las paredes de las casas, derruyen los cobertizos y los gallineros, los portales y las verjas. Todo esto desaparece de la vista. La gente contempla cómo las excavadoras allanan un paisaje formado durante años (en este lugar levantarán unas cajas de cemento hechas de placa de hormigón), cómo arrasan y reducen a escombros sus callejones verdes, silenciosos y acogedores, los rincones que le proporcionaban albergue y refugio. La gente lo mira y llora. Y yo, entre ellos, también lloro.”
2)
“Desgraciado de mí, llevo dos meses en Lagos postrado en la cama como el bíblico Lázaro, luchando contra la enfermedad. Ignoro si se trata de una infección tropical, una intoxicación de la sangre o los efectos de un veneno misterioso, pero lo cierto es que mi cuerpo, además de hincharse, se ha cubierto de llagas, ampollas y úlceras. Ya no me quedan fuerzas para soportar y combatir el dolor, y he solicitado a Varsovia que me dé permiso para regresar. En África he caído enfermo muy a menudo, pues el trópico lo fecunda todo en exceso, con exageración, haciendo que las bacterias y los virus tampoco escapen a la ley de degenerada abundancia e infinita multiplicación. No hay salida: si alguien quiere penetrar en los rincones más recónditos y apartados de las rutas trilladas, los más ocultos y traicioneros de estas tierras, tiene que estar preparado para pagar su osadía con la salud o incluso con la vida. Pero lo mismo sucede con cualquier otra pasión que comporte riesgos, ese monstruo ávido de devorarnos. En vista de las circunstancias, hay quienes deciden llevar una existencia paradójica, a saber: al llegar a África, desaparecen en hoteles que les brindan todas las comodidades, y nunca abandonan los lujosos barrios de los blancos; en una palabra, estando topográficamente en África, siguen viviendo en Europa, sólo que se trata de una Europa en miniatura, de un sucedáneo reducido a la mínima expresión. Es un estilo de vida que, sin embargo, resulta indigno de un auténtico viajero e inconcebible para un reportero, que tiene que vivirlo todo en su propia carne”.
Ryszard Kapuscinski
Poeta, periodista, escritor, historiador y ensayista polaco
(1932-2007)
1) Another Day of Life .
2) La guerra del fútbol y otros reportajes.