Todos queremos el amor y la paz: grupos de oración regionales, mundiales, de diferentes estratos religiosos, culturales, ecológicos; cadenas por la paz, power points llenos de fotografías bellísimas o muy tristes y desoladoras con significativos discursos; todos incitando al amor y la paz. Y por dónde empezar?
¿Hay amor y paz en el seno de nuestras relaciones tanto más cercanas como más distantes, (en nuestras parejas, con nuestros hijos, en nuestras familias de origen, en los lugares de trabajo), ¿en el seno de las instituciones religiosas, educativas, sanitarias, políticas…? ¿hay amor y paz dentro de un país, entre sus ciudades, provincias, estados, etc.? ¿hay amor y paz entre los países? ¿hay amor y paz en el mundo?
No, en general, no los hay, es sólo un deseo. Solamente adentrémonos un poco en una familia, indaguemos en una pareja, miremos televisión por un rato, escuchemos radio, viajemos en colectivo, visitemos una escuela, un hospital, un establecimiento público, hagamos la cola en el supermercado, en el banco o en cualquier otro lugar.
Por ejemplo, para las fiestas, ¿realmente la navidad es un festejo crístico de amor y paz? Es bastante común que para las fiestas de fin de año, se produzcan discordias en las familias: que dónde nos reunimos, que alguien no se hace cargo y no lleva nada, que cómo no vamos a ir, aunque preferimos quedarnos solos en casa; que la casa de mamá o de la suegra, y diversas cuestiones que producen malestar y discordia. Y el mensaje crístico habla de esas cosas? De regalos, de comida copiosa, de alcoholizarse, de enloquecerse con las fiestas? O de amor y paz, de comprensión amplia, de humildad, de compasión, de recogimiento?
Según el diccionario paz significa: “situación y relación mutua de quienes no están en guerra, reconciliación, sosiego en contraposición a riña o pleito; concordia, armonía, acuerdo”. Y amor: “sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien; a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido”.
Haciendo una introspección ¿se está en paz consigo mismo, con los integrantes de la familia, con la pareja, con las amistades, con el mundo? O ¿se manifiesta un posicionamiento desde un egocentrismo que quiere ser el centro de la razón, el único que sufre, el que se las sabe todas soberbiamente para imponerse, etcétera?
Por supuesto que hay muchísimas personas que tratan de hacer lo que está a su alcance para mejorar situaciones y llegar a acuerdos e intercambios adecuados; sin embargo la humanidad vive en proceso de destrucción debido a las acciones inescrupulosas de intensos mecanismos de poder, evidentemente manejadas también por personas que se destruyen a sí mismas y al planeta.
Entonces ¿qué podemos hacer para encontrar el camino del amor y la paz?
Desde mi lugar como persona y profesional creo que las cosas no cambian a lo grande sino desde lo pequeño. Pequeños cambios, pequeñas comprensiones, pequeñas aperturas, pequeñas tomas de conciencia, de a poco, sin demasiado ruido; pero eso sí, cambios concretos, nombrables, apreciables, efectivos. De esto se trata cuando hablo de Los Órdenes del Amor y Constelaciones Familiares, de esta forma terapéutica que nos deja atónitos y muy movilizados cuando participamos de la experiencia. Cuando a través del trabajo de la Constelación percibimos el trasfondo de las situaciones problemáticas, ahí tenemos la posibilidad de revertir la desdicha en los vínculos.
Se ve el desorden que sustenta el malestar, la discordia, la guerra y buscamos el orden que recuperará el amor y la paz, la armonía, la reconciliación; desde un sentimiento verdadero y experienciando el camino que va de lo que desune hacia lo que une, del odio y el desencuentro hacia el amor y el encuentro.
Desde el decir de Bert Hellinger, el descubridor de esta modalidad: “El amor llena lo que el orden abarca/El uno es el agua, el otro el jarro/El orden recoge, el amor fluye. Orden y amor se entrelazan en su actuar.”