Ganadora de mas de 20 premios internacionales, en su estructura técnica se destaca altamente la labor de su director de fotografía, Gerry Feeny, retratando paisajes que son oleos fuera de eufemismos.
Existe en nuestra sociedad una deuda muy importante, algo que nada tiene que ver con un abultado empréstito económico.
Es aquella que tenemos con nuestras futuras generaciones, con las que en el norte no se alimentan, niños y niñas no teniendo el mismo grado de equidad e igualdad para transitar la vida misma, sin presente, casi con un nulo futuro
Si existe algo como virtud absoluta dentro de nuestro cine, es aquello que a través de simbólicas obras ha sabido concebir y declamar: la situación de tocar nervios dormidos, despertar a través de cachetazos de imágenes y conceptos una dormida conciencia que de modo particular se diluye en los caminos de lo rutinario y lo frívolo, aquello que resulta antagónico con las reales y profundas premisas que debemos rescatar.
Y al rescate va, sin mediar tintas de súper entretenimiento y pasatismo, este trabajo que enmarca un segmento doloroso de nuestra historia, donde los desacuerdos son acuerdos explícitos en la silenciosa construcción de la naturaleza, aquella que nos hace sentir puntos en una extensión que prepondera, y hasta aniquila nuestro propio egocentrismo.
Allí, en el microcosmos de un perdido pueblo de la inconmensurable puna jujeña, nace una historia que con total honestidad, con una inmensa carga de emotividad rústica y cruda, uno de los máximos realizadores de nuestra cinematografía, Miguel Pereyra, joven que accedió al estudio de cine en Londres, pero que no dudo un instante en volver a sus orígenes y volcar todo aquello aprendido hacia la colaboración y difusión de su tierra mediante gigantes cortos, medios y largometrajes, adaptando la obra de otro imprescindible olvidado llamado Fortunato Ramos, docente rural, músico y poeta, confecciona un trabajo emocional muy amplio, fuera de emociones para armar, con la belleza de lo simple.
La historia narra la llegada de un maestro a una pequeña localidad andina y la relación que establece mediante su paciencia, esmero y valores profundos con la población, y en particular con un niño llamado Verónico, que pasa a simbolizar el sentido mismo de la Argentina profunda, quien pese a las contrariedades de la vida, intenta a diario superar los trances que debe abordar dentro de un esquema difícil y silencioso, de opresiones de propios y extraños.
Chorcán, es el lugar en el mundo para una acotada comunidad. Personas que viven la misma realidad que aquellos que disfrutan de los placeres ciudadanos, pero de otro modo. Los avatares históricos los hacen moverse también como piezas en un ajedrez desequilibrado, en el cual los reyes olvidan y abandonan a sus peones.
Un Jujuy olvidado, de pesares y esperanzas, gente real sin formación actoral, ponen en movimiento una obra severa, casi en modo documental por segmentos, dentro de un paisaje maravilloso, majestuoso, pero dramático.
Aquel maestro en tierras perdidas, algo así como los ojos de la clase media dentro de enconos ríspidos, va descubriendo historias y descubriéndose a sí mismo para que nosotros también nos adentremos en todo aquello no recordado, y un orgullo para el pueblo jujeño que se apropió de este trabajo, puesto que el mismo les devolvió de algún modo el sentido de la autoestima y revalorización de su increíble gente y su suprema cultura.
La ambientación musical producida por Jaime Torres que vuelca su sabiduría y conocimiento junto con un fuera de serie como lo es Tucuta Gordillo, músico que se encarga de incluir las secuencia armónicas de sikus y charango, generando una sonoridad diferente y sobremanera cadenciosa.
En la sección actoral, Gonzalo Morales como Verónico, representando fielmente el arquetipo del niño del interior, sabio por naturaleza, observador y expectante.
Y el Maestro. De modo extremo, representante de todo aquello necesario y hoy en vías de extinción.
Juan José Camero, aquel “Lobo” de la fábula de Favio, aquel actor casi galancito de telecomedias que supo engrandecerse en el oficio actoral, generando una representación única y sentida, hilvanando toda aquella responsabilidad de ser parte de la historia por acción u omisión, y no jugarse por modificarla. Los sentimientos se centralizan en sus miradas y sus silencios, convirtiéndose en parte del paisaje, una actuación inolvidable.
Existe en nuestra sociedad una deuda muy importante, algo que nada tiene que ver con un abultado empréstito económico.
Es aquella que tenemos con nuestras futuras generaciones, con las que en el norte no se alimentan, niños y niñas no teniendo el mismo grado de equidad e igualdad para transitar la vida misma, sin presente, casi con un nulo futuro.
Y cuanto bien hacen estos trabajos para interpelarnos.
Puesto que todos en cierto modo, somos Verónico Cruz, andando a tientas como huérfanos por tierras propias que de a poco se convierten en ajenas, cuales changos extraviados, o guaguas condenados al destierro.
“La deuda Interna” no es una película más.
Es un emblema real para mi generación, aquella que tuvo que sostener los embates dictatoriales de militares oscuros y los contubernios y actos de corrupción de los civiles.
Un homenaje sentido y sincero hacia aquellos maestros rurales, que a diario hacen patria con lo que tienen, privados de lujos y beldades, pero cargados de valor, amor y esperanza.
Link para ver la obra: