top of page
yyyyyy.jpg
Con frecuencia se escucha decir:
"La familia no se elige, los amigos sí". Mito que se resquebraja ante un texto fresco y frontal que habla de aquel "estado de permanente infancia" que hoy compartimos. 

Gracias por siempre recibirnos.

Feliz Día del Amigo 

Lo diré así: Los amigos no se eligen.


Terminemos con este absurdo. Los amigos no son las fruta de un cajón, el vino de una góndola ni el par de medias de cada mañana. No hay elección en la amistad. Por suerte.


Si de mi voluntad dependiera, si los amigos se eligieran, no tengo dudas de que los tendría peores. Menos lúdicos, menos profundos, menos idiotas.
Los amigos irrumpen, la amistad se instala sin decisión alguna, justo ahí, cuando la soledad se hace insoportable y un cuerpo extraño, ajeno, se ofrece.
Los amigos son acontecimientos.


Rupturas con nuestra forma de saber la vida. La oportunidad de ser distintos, de ampliar nuestra percepción del mundo.


Yo no elegí la escuela, ni el barrio donde la amistad se construyó inmortal. Tampoco elegí que mi adolescencia coincidiera con esos rostros que me salvaron del infierno a base de estupideces, amor, desilusión y cervezas. No elegí al pibe que se sentó al lado mío en primer grado y me enseñó que el humor es la forma más profunda de la inteligencia, ni al hermano de un amigo que apareció para hacer más leve nuestras soledades, ni al tipo que me cebo un mate en mi primer día de trabajo y se volvió trinchera, ni al primo de una novia que me alojó como una tierra.


La amistad es un espacio nuevo que se ofrece para hacernos infinitos. La contingencia que nos empuja a salirnos de la propia quietud. La otredad que nos multiplica, nos ensancha y nos hace mejores. Un estado permanente de infancia.


Si, los amigos no se eligen, los amigos acontecen.


Los amigos: la forma que encontró la vida para salvarnos de nosotros mismos.

ODONTO.jpg
bottom of page