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La obra contiene dos virtudes: la oportunidad de conocer el trabajo de un músico (Fito Páez) de relevancia, repasando a su vez sus obras, y la acertada propuesta de hacer nadar el relato en aguas del contexto social, político y cultural de nuestra nación, generando una interesante muestra de época. La historia relata los devenires familiares y personales del tecladista, y como cada una de las experiencias transcurridas fueron de importancia para lograr construir y definir el sendero de su crecimiento personal

Recuerdo profundamente aquel momento en el cual un proceso de “reorganización nacional” se trabó en conflicto bélico con uno de los más fatídicos imperios de este planeta. En aquellos conspicuos tiempos, una medida se había dado a conocer en referencia a nuestro arte musical por aquella cúpula de endemoniados: la obligación de los medios radiales era la de difundir nuestro rock nacional, nuestra música en Castellano para intentar establecer una suerte de patriotismo y determinación excluyendo cualquier ritmo cantado en idioma anglosajón.

 

Transcurría un momento de real despegue de nuestra amada música joven, pero más allá del conflicto, era tan fuerte la necesidad de expresión musical, tantos nuevos referentes que con originales ideas y actitud contracultural, que el mismo hubiera explotado de todos modos, de cualquier forma y como en los ´50 la cultura estadounidense tuvo que detener su pacato e irreal andar para dar pie a las consignas de la “generación Beat”, aquí a través de la música, se moverían estructuras limadas y dormidas por el continuo deambular en círculos que posee nuestra particular sociedad.

 

Y uno de los referentes que generó aquel cambio, fue Rodolfo Páez

Dentro de nuevas estructuras tal vez más simples pero reales y contundentes, este joven rosarino supo amalgamar el sonido que se avizoraba en conjunto con un tinte bucólico, casi melancólico que presentaba en sus obras, un delgadísimo hombre que entre MIDI y secuencias rítmicas planchadas, podía incluir su vida e historia, contarla, relatarla mediante el camino sonoro y hacer que la misma guste y efectúe reflejo inmediato, que sus melodías sean tarareadas generando un sonido propio dentro de un mercado que aceptaba y cobijaba a aquel “hippie moderno”.

 

Y si de nostalgias se trata, acorde a la línea de construcción de su carrera artística, un homenaje en vida surge a través del sistema Netflix,, “El amor después del amor” (miniserie de 8 capítulos basada en el libro escrito por el músico referenciando su vida y trascendencia llamado “Infancia y juventud – memorias”), posee un tinte costumbrista y de reflejo permanente.

 

El producto contiene todos los condimentos que se requieren para conformar un trabajo dinámico en la modalidad biopic (también con todos los vicios que las mismas conllevan) utilizando las elipsis temporales, los flashbacks y las transiciones desde la narración que nos hará ingresar en el universo Páez, viendo y entendiendo su evolución a través de su amplia carrera musical.

 

Dirigida por Gonzalo Tobal y Felipe Gómez Aparicio, con un sorprendente despliegue de dirección de arte, montaje, sonido y puesta en escena, la obra contiene dos virtudes: la oportunidad de conocer el trabajo de un músico de relevancia o repasar sus obras y la acertada propuesta de hacer nadar el relato en aguas del contexto social, político y cultural de nuestra nación, generando una interesante muestra de época.

La historia relata los devenires familiares y personales del tecladista, y como cada una de las experiencias transcurridas fueron de importancia para lograr construir y definir el sendero de su crecimiento personal.

 

Fito en Rosario, de joven y de adolescente. Baglietto y la trova. El drama familiar y sus consecuencias, el pianista sentado en el estudia mayor de Canal 13, que sin muelas no podría imaginar que lograría coronarse como referente de una generación, el amor que no se encausaba, su necesidad de hacer abstracción dentro del mundo del Champagne, el neón y las relaciones superficiales.

 

Una “historia oficial” que nos permite observar cómo se cocinaban en el estudio de grabación o el origen de ciertas canciones que forman parte del argot de éxitos inolvidables de nuestro cancionero popular.

 

En referencia al engranaje actoral, lo primero que decide la producción es que los actores se parezcan lo más posible a los personajes que interpretan, para así poder recrear más que crear.

 

Iván Hochman, en el rol de Fito Páez desde su adolescencia hasta conformar el éxito absoluto con bastante solvencia. Andy Chango posee la responsabilidad de ingresar en nada más ni nada menos que Charly García saliendo airoso de semejante derrotero. Lo más admirable del casting es la actuación de Micaela Riera como la querida Fabiana Cantilo. Es más Cantilo que la Cantilo.

 

Las secuencias familiares realzan la obra, destacando al actor nacional Campi, quien encarna a un Rodolfo Páez padre, con suma emotividad y maestría.

 

Aquel Páez que tocó la cima como compositor de grandes canciones, aquel que entremezcló bagualas con samplers, que se referenció en Prince en varios de sus trabajos y modernizó su sonido sin quitar su esencia, hoy continúa teniendo relevancia absoluta en el mercado nacional. Un caso atípico sobremanera en el campo cultural de nuestra región, pero, ¿cómo puede recepcionar este trabajo aquel que no experimento aquellos tiempos?

El trabajo es un canto a la nostalgia pura; el crescendo musical y visual se produce cuando escuchamos aquellas canciones que dejaron un registro interno, una “pic” de momentos vitales, sentimientos y sensaciones en muchos de nosotros.

 

Lo nostálgico no resulta nada mal, en tiempos en los cuales el modernismo pasatista y el nihilismo mismo reina en los diversos módulos de comunicación, tal vez aquellos que no conozcan la obra musical de este tamaño músico, mediante una serie los acerque a conocer canciones tales como “Viejo Mundo”,” D:L:G”, “Tres Agujas” o “Giros”.

Para poder entender que otro modo, otra historia y otro mundo pudo ser posible.

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