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El caudal incesante de novedad habrá de empujarnos al regreso de lo inicial, de quiénes somos. Y desde el aturdimiento tecnológico regresar al silencio, aquel que nos permitirá escuchar la vida y entre tanta irrealidad comenzar a percibir lo verdadero, retornando al encuentro con nosotros mismos

Desde mediados del siglo XX, las sociedades se re ordenaron bajo una geografía humana en proceso de estandarización. A partir de los años noventa y el “fin de las ideologías”, Occidente se uniformó y la globalización evaporó tonos de identidad propios a cada nación.


Desde allí comenzamos a naturalizar la “seguridad” a través de pronosticar el desarrollo social y personal. Se instalaron modelos que solo requerían del deseo de realización que divinizó al hombre como único hacedor de la vida.


El nuevo siglo instauró el individualismo, la competitividad e información instantánea, como “norma” instalada de supervivencia junto a los ensamblados objetivos de eficacia, éxito y celeridad. En aquel empaste hasta la misma muerte quedó difusa, episodio incomprensible observado como algo extraordinario que pudiera suceder a otros. Aquello funcionó hasta que el Covit-19 desembarcó y fracturó nuestra adicción a la seguridad. Luego de varios años por vez primera temblaron los cimientos de la objetividad y la funcionalidad.  


La pandemia enmudeció al bullicio, lo superfluo quedó temporalmente desplazado de su escenario central. Todo pareció situarnos en la proximidad de lo verdadero, simple y necesario: cuidar la vida propia y de quienes están cerca, hasta que nos topamos con el recurso tecnológico como único medio "confiable y seguro" de sociabilidad. El entretenimiento volvió a ocupar protagonismo pero monopolizando el espacio hogareño a través de la virtualidad: 
“… la sociedad audiovisual debilita modos de sentir previos y descalifica, por principio, a la comunicabilidad humana misma.” ¹

 


Despertamos al fin de lo predecible, de aquel "nosotros" como centro de lo existente, puesto que ya no habría "certezas". Allí ingresó al campo de juego una actriz negada: lo incertidumbre, aquella que a su vez bien potencia nuestra atención e intensifica todo instante.

 
Las condiciones de nuestro presente parecieran destinadas a proveer de los condimentos necesarios para la toma de conciencia de un mejor vivir o sucumbir a la abstracción tecnológica del entretenimiento somnífero.

​ “El espectáculo se impone como obligatorio porque está en posición de ejercer el monopolio de la visualidad legítima. Un régimen de visibilidad es un régimen político como cualquier otro, con la salvedad de que la cámara de vigilancia es una de sus metáforas privilegiadas: en ese molde se vacían conductas y creencias. (…) La subjetividad propia de la época está vinculada a aparatos modelizadores de índole audiovisual, estadístico y psicofarmacológico. El régimen de visibilidad que la regula propone una paradoja: no deja ver. (…) La red informática permitió la uniformidad geográfica de la información, el debilitamiento de identidades étnicas y nacionales y la confusión de la experiencia misma del espacio físico.” 

(Guy Debord, La sociedad del espectáculo)

Tal como la industria alimenticia saturó y provocó en muchos el regreso a la huerta casera, el caudal incesante de novedad habrá de empujarnos al regreso de lo inicial, de quiénes somos. Y desde el aturdimiento tecnológico regresar al silencio, aquel que nos permitirá escuchar la vida y entre tanta irrealidad comenzar a percibir lo verdadero, retornando al encuentro con nosotros mismos.

Pablo Medina / DM23

¹   ² Christian Ferrer (prólogo), Guy Debord, La sociedad del espectáculo.

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