Las distorsiones en la capacidad de amar se dan solo en los dos primeros niveles: el físico y el emocional. El amor verdaderamente puro e incondicional no sufre distorsión porque ha sido liberado del ego
En los dos primeros niveles se encuentran distorsiones basadas en el deseo de “acaparar”, satisfacerse a sí mismo sobre todo lo demás (instinto de supervivencia: acopio por si me falta). Es decir que se basan en el egoísmo, en el temor a no tener lo suficiente. Esto responde a una etapa normal del desarrollo en la cual todavía no se han alcanzado la confianza y la seguridad.
Estas distorsiones no necesariamente se dan en forma consciente o implican una intención negativa y se producen en el nivel emocional. Son una etapa en el desarrollo de la capacidad de amar.
Se persigue la autosatisfacción como una forma de adquirir la autoconfianza y la seguridad en el mundo exterior. A partir de esto, el niño ya es capaz de instrumentar conductas que le permitan intercambios: dar y recibir; compartir, aceptar frustraciones. Pero si permanece en el adulto esta actitud que pertenece a etapas tempranas del desarrollo estamos frente a personas que pueden ser egoístas, con conductas retentivas o acumuladoras o competitivas, ya sea en aspectos materiales o afectivos.
Todos somos iguales en nuestra necesidad básica de amar y de ser amados
En algunos casos, las conductas tenderán a ser narcisistas, reduciendo la capacidad de intercambios afectivos. Buscará sanar heridas tratando de retener el amor solo para sí mismo. De esta forma la búsqueda de la felicidad será mayormente infructuosa. Se busca ante todo la condicionalidad, o sea, responden las heridas narcisísticas y emocionales del ego.
En el tercer nivel el amor puro no se distorsiona, como está aclarado previamente.
“Todos somos iguales en nuestra necesidad básica de amar y de ser amados” (Dra. Llavallol).
Acerca del narcisismo, el egocentrismo y el egoísmo
Antes que nada, clarifiquemos los términos con los cuales nos manejamos. Si bien las diferencias parecen muy sutiles, las mismas existen. Por ese motivo es que preferimos destacarlas.
Un vocablo que utilizamos mucho es el de “narcisismo”. Básicamente nos referimos a: la líbido (energía de vida) puesta en uno.
Narcisismo: Manía propia del narciso. Excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras.
Egocentrismo: Exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad general.
Egoísmo: Inmoderado y excesivo amor hacia sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidar el de los demás.
También hacemos hincapié en diferenciar egoísmo al hecho de estar centrado en uno mismo.
Estar centrado en uno mismo es una actitud de equilibrio interior, es mantenerse en el propio eje sin, por eso, dejarse de interesar por el otro.
El narcisismo y el egocentrismo se relacionan con el vínculo que la persona estableció con el amor en su aspecto emocional afectivo. Esto también influye en la constitución de la autoestima.
El ego se trona como un centro gravitatorio que busca atraer hacia sí mismo, y retener, todo aquello que interprete como posible manifestación de amor y de sentirse poderoso. La “acumulación” de bienes, de poder, de supuesto amor, le otorga una falsa sensación de seguridad. Esto se debe a que siente, básicamente, una falta, lo que da como resultado un “yo” débil, carente de autovaloración. Se produce, de esa forma, un constante desequilibrio en la personalidad, que intenta obtener su propia fortaleza.
Estas características provocan miedo en las personas; sobre todo de perder desde afecto hasta dinero, poder, trabajo, etc. También sensación de abandono, miedo a la miseria y/o a la enfermedad; lo cual a su vez produce angustia y ansiedad. En estas épocas de tanta inseguridad social, afectiva, económica, es frecuente entre otros, el trastorno de ansiedad. Las debilidades yoicas (aspecto que en alguna medida todos poseemos), se manifiestan más abiertamente porque pareciera no haber bases seguras de donde asirse, con lo cual el “yo” se siente más vulnerable aún, en algunos casos hasta llegando a debilitarse.
Así, el “yo” débil puede manipular y/o despreciar a otros para sentirse superior; o en otros extremos, sentirse fracasado e incapaz, dando lugar por ejemplo a depresiones, baja autoestima, obsesiones, etc.
“Es la herida emocional que se manifiesta.”
Liliana Crivelli & Yanina Piccinni. El amor como forma de vida.
Cap. 5: "El amor que no circula".
Páginas 47-51. Tahiel ediciones. Buenos Aires (2015)
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