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La radio es el primer medio masivo por el cual se transportaron voces que emularon a aquellas ancestrales reuniones en que alrededor del fuego grupos humanos escucharon relatos, hazañas, enseñanzas, y por la cual la humanidad gestó su construcción de la cultura

Ella renovó el encuentro, actualizó su tradición oral haciéndola presente como nunca antes en la historia. La radio se impuso como fuente de reuniones masivas, abiertas a la imaginación e interioridad.

En el Siglo XIII, la aparición de la imprenta permitió expandir el pensamiento sobre el papel, pero no fue hasta fines del Siglo XIX en que otra posibilidad de expansión se sumó: la transmisión radial.

 

Inaugurada en Argentina un 27 de agosto de 1920, la radiodifusión reinstaló el habla como único elemento comunicacional, manteniendo esa propiedad intacta hasta nuestros días. Este patrimonio tal vez se deba a que la sola voz reclama para sí misma un grado de atención e interioridad que el actual mundo de la imagen no requiere, ya que seduce sin necesidad de profundizar, conectar, ni siquiera enfocar.​ Será porque hay diferencia entre mirar y ver, como abrir el párpado o abrir el alma. Ahora bien, la sola voz posee una exigencia mayor, porque oír es percibir sin necesariamente comprender, pero escuchar, nuevamente reclama para sí misma una expansión interior que asemeja al acto de ver.

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Tal como en la música, cuando deja de ser repetitiva requiere del intelecto, del apreciar diversos sonidos que convergen, que se captan solo con la participación del silencio. La radio debe lidiar con la espectacularidad de las pantallas, la imagen que acapara sentidos y embute a cada uno bajo el dominio del entretenimiento, del manejo entre otras cosas de nuestro tiempo, o como decía Guy Deboard: "El espectáculo es, en general, como inversión concreta de la vida, el movimiento autónomo de lo no viviente."

La radio, como la sutil belleza de una fotografía blanco y negro frente a la espectacularidad del color, no impacta como lo visual. Su riqueza radica en que no abstrae ni engulle, la radio conecta subjetividad. Es elemento de comunicación libre de escenarios, posee la cercanía e intimidad del habla, ese registro cálido e inmediato sobre quiénes somos en el contexto universal. Debiendo la sola voz enfrentar la atención de sus oyentes, ser captada por quien se encuentre dispuesto a ser receptor activo en el pensamiento.

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Ella es hoy junto a la palabra impresa la artesanía comunicacional de este presente. Es nuestra foto en sepia, nuestro cine mudo, nuestro dibujo o pintura al óleo. No requiere de maquillaje, solo de apertura.

Y como toda artesanía, es y será un vehículo de regreso, porque la radio contiene ese único cuerpo esencial a trabajar, pulir y revelar: el color humano hecho voz. 

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