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Más que de muerte y vejez, y fuera de los cánones que conlleva el fin del camino, este entrañable trabajo generado desde la línea argumental y dirección de un referente cultural inigualable como lo fue Santiago Carlos Oves (...), delinea el reflejo exacto y permanente en cada fotograma de una nueva muestra de nuestro costumbrismo social y familiar con un marco de nación quebrada en esperanzas y sueños, colmada de rasgos económicos y financieros vulnerados, y lo trascendental que representa la contención familiar y el re descubrir la esencia interna a través de la explosión de un conflicto

El inevitable destino que representa la muerte en el camino de la vida, genera una gran resistencia que surgen en algunas obras cinematográficas, abordando ese inevitable cauce con criterio y acto reflexivo, diferente, elevando el status quo que se representan desde los sentimientos de solidaridad, de ayuda explícita, el creer en algo o en alguien pese a las mareas de vida que vienen y van, tomando importancia y severidad cuando menos se lo espera.

 

Más que de muerte y vejez, y fuera de los cánones que conlleva el fin del camino, este entrañable trabajo generado desde la línea argumental y dirección de un referente cultural inigualable como lo fue Santiago Carlos Oves, dramaturgo y actor que en los consternados años setenta, se ligó al grupo “Octubre” comandado por el inefable Norman Brinski, acercando títeres y espectáculos teatrales a las barriadas más humildes, desarrollador de propuestas sociales para expandir el sesgo educativo y constructor de interesantes y reflexivos largometrajes, delinea el reflejo exacto y permanente en cada fotograma de una nueva muestra de nuestro costumbrismo social y familiar con un marco de nación quebrada en esperanzas y sueños, colmada de rasgos económicos y financieros vulnerados, y lo trascendental que representa la contención familiar y el re descubrir la esencia interna a través de la explosión de un conflicto.

Esta historia cuenta el derrotero de “mamá", mujer de ochenta y dos años y su hijo de cincuenta. Ambos viven en mundos muy diferentes. Jaime tiene mujer, dos hijos, una hermosa casa y una suegra que atender.

Mamá se las arregla sola y sobrelleva su vejez con dignidad. Pero un día ocurre lo inesperado; la empresa para la que trabaja Jaime lo despide por razones de reajuste de personal. La lamentable situación lo llevará a tomar decisiones drásticas puesto que no puede mantener su tren de vida.

 

Lo drástico se comienza a representar en una digna película de texto brillante, sencilla y directa pieza cuasi teatral que descubre los conflictos, los modos y formas de abordar lo inevitable.

 

Por un lado se delinea el prototipo del clase media porteño, realizando luchas urbanas diarias mediante el sistema del “Sálvese quien pueda” para así sostener todo una apariencia que se comienza a diluir a través de la realidad absoluta, de ideas de construcción laboral o profesional que no pueden concretar, de situarse en momentos límites y contemplar las actitudes de aquellos que supuestamente representan el sostén, el amor incondicional y sus posturas frente a un abismo de destrucción de “nivel social”.

Por otro lado una reserva moral, un cable a tierra que exorciza el mal mediante su estado de ánimo, visión y actitud constructiva, herramientas fraguadas por el largo sendero de la experiencia de vida en un segmento social patriarcal, cerrado a la idea y lucha femenina.

 

El trasfondo tan severo de una crisis económica más que posee la realización, no quita posición a sus personajes en el contexto de una historia universal en la cual cualquiera puede reconocerse de modo inmediato, hacer pie en aguas de cuestiones familiares irresueltas y especulaciones varias.

Esta obra desarrolla con inteligencia un melodrama familiar cargado de modos pertenecientes al humor, volcando interesantes y emotivos diálogos que juegan el juego del despiste, logrando morigerar las preocupaciones del atribulado, ayudando a discernir entre lo que tiene importancia, lo que no y ese sentido, tal vez sea el más representativo y singular del trabajo.

 

Lucimiento del director en su faz técnica y en su virtud para manejar lo emotivo sin convertir el mismo en algo soporífero, una partitura musical por demás interesante y efectiva desde la emotividad concebida y el rasgo austero y de importancia en notas y sonidos tangueros generada por Pablo Sala, y un atributo fundamental se desarrolla con creces en un tridente actoral de lujo y prestancia.

El inigualable Ulises Dumont como Gregorio, un hombre de 69 años que se define como "anarco jubilado" y que pasa el día, altavoz en mano, reclamando el eterno aumento de las pensiones. Resulta el simbolismo, la representatividad misma de aquellos marginados por un sistema social que enaltece el “rasgo joven”, quitando del medio la experiencia y sabiduría del adulto mayor.

Eduardo Blanco como Jorge, otro rasgo simbólico de aquellos que están en el medio, buceando desesperadamente dentro de una raíz social difícil y escabrosa, que tiende más a realzar los sentidos superficiales que a los valores morales.

 

Y “mamá”, casi una madre de todos. La quintaesencia de lo bello, sublime, práctico e inteligente.

 

La inolvidable actriz uruguaya China Zorrilla, en un rol a su medida, demostrando la sencillez desde la ternura, el amplio espectro que aquellos que supuestamente se encuentran en el ocaso del viaje, pueden reflejar para continuar así desarrollando enseñanza, fe, y despertando conciencia y pensamiento.

 

“Conversaciones con mamá”, sostiene el costumbrismo familiar de modo explícito y sin concesiones. Sin el punto estridente de super producción o vanguardia cinematográfica. No es un drama de la ancianidad en la línea del director Alemán Haneke o un producto de inconmensurable trascendencia.

Es la vida misma cerca o dentro de nuestra casa. Es nuestra madre o abuela, hablando con la mirada. Es la lucha, el centro y el final de nuestras formas.

 

Y es un homenaje. Un eterno homenaje a nuestros viejitos. A los amados adultos mayores que aún siguen bregando por un aumento justo y lógico en sus haberes jubilatorios. Que con sus ríspidas y desgastadas manos, continúan ofreciendo cariño y contención. Que con su sapiencia aún siguen brindando experiencia.

 

Para ellos, y para la reflexión de poder comprender que aún poseen mucho para dar. Como aquella heroína real de nuestra región llamada Norma Plá. Como miles de reinas de la tercera edad.

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