

Desde el espíritu humano y su virtud de insondable vigor y trascendencia, se han generado cosas majestuosas.
Esa maravilla que se produce a la hora de diferenciarse y que la virtud citada se constituya, ya sea casi por error u omisión en algunos casos o por los giros de lo denominado “destino”, nos sitúa en un rol que jamás debimos de perder.
Lo actualmente denominado como “empatía”
Este trabajo se sostiene a través de esos ejes mencionados de fundamento necesario para abordar cualquier construcción.
"Darse cuenta", convierte a la alegoría y al simbolismo en una apuesta narrativa desde su primera secuencia, generando un halo especial, muy particular en sus matices de jerarquía y grandiosidad.
La maestría de un director nos confundirá en sus primeras tomas, y nos conducirá nuevamente por el camino de lo necesario y sostenido, dentro de un macro hospital público, un edifico saturado de enfermos y dimensionado de profesionales. Uno de los tantos lugares caóticos regidos por la burocracia y por esa falta de iniciativa que el miedo propone a quebrar las normas establecidas, un territorio por tanto propicio para la generación de negligencias médicas y humanas.
El film cuenta la relación profesional y afectiva entre un médico fracasado y un joven enfermo al que la medicina da por muerto.

De manera paralela, se narran los acontecimientos positivos y negativos que transcurren en un hospital público, los devenires personales de sus protagonistas, el juego de fe y esperanza contra aquello tangible y cierto como la realidad cruda que los circunda, y el momento temporal que transcurre la historia, tiempos en los cuales la más sombría y despótica dictadura militar que pudimos sostener, estaba agitando sus últimos latigazos.
Alejandro Doria, su director, uno de los más grandes contemporáneos, no orienta su idea generada en conjunto con el gran Jacobo Langsner, hacia mostrar un film de superación que tanto gustan a los mentores del "positivismo y la motivación", sino que retrata la lucha personal emprendida por un médico para tratar de recuperar de una muerte en vida más que segura de uno de esos pacientes cuyo tratamiento ha sido señalado como un estorbo para la recuperación de otros enfermos con mayores posibilidades de supervivencia, y el enfrentar sus propios demonios a través de exorcisar los ajenos, en una constante búsqueda del tan temido "hacerse cargo" social e interno.
El comienzo del modernismo mezquino, el levantar las banderas de lo individual y no colectivo, el concepto del "sálvese quien pueda", se reflejan con sutileza de escuela Doria, para dar desarrollo así a un contundente final, que cuenta con una de las secuencias más logradas de nuestro cine.
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Su parte actoral es realmente de lujo. Luis Brandoni en el rol del angustiado médico, Darío Grandinetti en su debut, como el muchacho accidentado, y dos femeninas de jerarquia y grandiosidad: La inmensa China Zorrilla como una abnegada y particular enfermera y Dora Baret, como la médica desilusionada y taciturna.
Ellos son basamento concreto de un film creíble e inspirador a través del profundo nivel artístico que proporcionan sin guardarse nada.
Silvio Rodríguez suena al principio y al final de esta inmesa obra.
"La maza", un himno de aquellos ´80, de fe y utopías, de cosa efímera y en los albores del posmodernismo, nos relata en breves minutos que seríamos sin lo más preciado que poseemos: nuestra propia alma.
El simbolismo de una mano tomando otra, resume el concepto del "Darse cuenta", que reside a la vuelta de la esquina de nuestras vidas para tomarlo, si así lo deseamos.
Link para ver el film:









